Viaje a Asis

Montamos en el autobús. Entre los últimos besos, abrazos, y alguna que otra agrimita, admitimos que estamosnerviosas. Pero si en ese momento nos hubieran dicho los recuerdos que nos íbamos a llevar, lo bien que lo íbamos a pasar...

El autobús empieza a moverse y es cuando nos damos cuenta de que ya no hay marcha atrás. Era lo que llevábamos esperando todo el año, y por fin había llegado. Preguntamos nerviosas, intentando repasar lo que llevamos en la mochila, aunque ya sea demasiado tarde para meter algo más. No te explicas cómo ha entrado todo en una mochila tan pequeña, y eso que cuando nos dieron las medidas por poco nos da algo.

Tras pasar toda la noche en el bus, llegamos al aeropuerto. Cuando empieza a despegar, alguna necesita una mano que coger. Primera vez para muchas. Sin duda, especial para todas. Cuando aterrizamos, nos colocamos la mochila, nos ponemos las gafas de sol y tras despedirnos de las
azafatas, salimos del avión. Pisamos Roma y las primeras palabras de italiano llegan a nuestros oídos.

Una Roma que nos acoge sin detenerse a darnos la bienvenida. Una Roma acelerada entre buses, metros y coches. Los italianos que conducen como locos. Y nosotros en medio de todo, encantados. Y después de ese ritmo acelerado llegar a Asís, y darte cuenta de que allí todo será
diferente.

Repartirte en casas con gente que no conocías. Conocerla y descubrir que es diferente a como la esperas. Que es mucho mejor. Hacer amig@s. Darte cuenta de lo mucho que los echarás de menos. Reflexionar, estar a solas. Y descubrir que la soledad no es tan horrible como la esperabas. Incluso, hay días en los que tienes ganas de estar solo, de pensar. ¡Y el miedo que nos daba la reflexión! Pues no fue para tanto. Conocer a Francisco acompañados de un
franciscano y de Gonzalo. Pisar los sitios en los que él estuvo.

Viajar a Foligno y pisar el campamento más grande en el que habíamos estado nunca. Un campamento de muchos grupos. Y hacer el tonto. Y bailar congas. Y más congas.

Después de todo esto, volver a Roma, esta vez para despedirte de ella. Pero no te vas como has venido. Algo se ha movido en tu interior. Ahora tienes montones de recuerdos. Algunos tan simples como motivarse cantando y bailando canciones eskaut. Y otros mucho más profundos,
como acabar llorando por un niño al que no has visto en tu vida, rodeada de gente en una estación de Foligno. Y agradecerle a la persona que te lo ha contado que te
explique como viven en Rabat. Sentimientos que surgen cuando te dicen que, quizás el año que viene haya gente que ya no esté. Y pensar en lo mucho que se puede querer a
alguien con el que sólo has compartido un año. Darte cuenta de lo que tienes, de la suerte que tenemos.

Y esperar. Esperar al año que viene, que vuelve a ser conjunto. Y poner esperanza en ese proyecto. Esta vez con más confianza. Porque confías en que sea tan bueno como
el de este año. O más.

Azkarrak, BETI PREST!